Un año más, los almazuleños acuden a depositar oraciones y flores por sus fieles difuntos. Y eso que era jueves, no festivo y con viento considerable.
Justamente el día 2 de noviembre, alcanzó una racha de más de 98 km/hora. Una mínima de 4 grados y más de 8 litros de precipitación, un día casi invernal a lo soriano.
Entrando por la plaza me hizo recordar tiempos de hace ya 20 años. Donde había luz en el centro social, con al menos dos mesas de jugadores y varios parroquianos distrayéndose y hablando del tiempo y setas.
Sin embargo, esta vez estaba todo en silencio, había luces en las farolas, pero estaba todo oscuro y tenebroso.
Hace 20 años, los jubilados apuraban la estancia en los pueblos hasta el día 1 de noviembre para irse a las ciudades a pasar el invierno. Volvían alegres en la primavera rondando los días previos a la Semana Santa.
Hoy esos jubilados están ya la mayoría en el cementerio con sus flores en la tumbas, y los jóvenes que también venían ya ni vienen.
Se ha perdido el ruido y los olores típicos en el pueblo. Sonidos y aromas que daban forma y sentido; que hacían activar todas las sensaciones del lugar.
Ese olor a agua recién caída del cielo, el olor a humo de leña de alguna chimenea, el olor a humedad mezclada con setas y hongos. Ese sonido que oía en el pueblo, como los animales, el gallo que se resonaba su kirikiki intentando dominar su espacio y manada; el motor de un "barreiros" que suena en la lejanía que apura la cuesta arriba; los perros que se afanan en buscar algo de comida; el ulular del aire encajonado que se mete por las rendijas de la pared del callejón viejo; el barrido del cepillo de una señora mayor limpiando la calle, el bostezo de un gato que se calienta con el sol de otoño, parece que está distraído, pero tanto tú como él, ambos sabéis, que el gato te esta vigilando.
Ya ni se oye el piar de los gorriones, se hace raro escuchar el silencio absoluto, ya no hay un calor humano, ni un alma perdida.
Y es que la mayoría de las almas están ya en el cementerio esperando un recuerdo y una oración.
Hace miles de años, el humano de la prehistoria ya depositaba flores a sus muertos. Hoy en día, a pesar de tanta inteligencia artificial, de tanto metaverso y fiestas de disfraces, todavía se mantiene esa tradición y costumbre.
En todas las culturas y en la mayoría de las religiones hay una especie de ritual para los muertos. Los jóvenes no es que se olviden de sus muertos, lo que pasa que lo ven de otra manera y se van actualizando a esta sociedad, que evita todo lo relacionado con la muerte, convirtiendo al tanatorio en un lugar inerte y sin alma.
El dejar flores puede significar un gesto estéril, pero realmente es un bálsamo para quien deja las flores, y es un gesto que no daña a nadie, incluso puede beneficiar al gremio de los floristas y bazares.
A veces ya no sabemos en que lado estamos; sin embargo, tenemos que pensar que también hay vida antes de la muerte. Así que mientras tanto, seguiremos cumpliendo años y poniendo la capa según venga el aire.