Con la llegada del 21 de septiembre se cambió de estación, de verano a otoño.
Mi hija de cinco año cree que ese mismo día las hojas de los árboles se caen de golpe, por ser el inicio del otoño. La medición del tiempo no lo lleva bien. Tampoco difiere mucho de la de los adultos, quienes creen que el paso del 31 de diciembre al 1 de enero, es un cambio radical, y se cree que se empieza una nueva etapa de buenos proprósitos, dejando atrás un año complicado. Realmente se desconoce que el tiempo es lineal y va fluyendo, pero dejando a un lado conjeturas metafísicas, al final aclaré a mi hija que el otoño es un proceso lento y pausado, como todos los cambios, donde hay una transición previa entre un lado y otro.
Le puse de ejemplo que por ser otoño, no significa que ya no florezcan las flores, si no todo lo contrario. Hay flores que aparecen en otras estaciones.
El otoño no es triste, es agradable y con muchos colores. Florecen las merenderas (quitameriendas).
La centaurea
Y otras muchas, como la caléndula, la hortensia, el pensamiento...
Pero el otro día cuando iba con Miguel con la bicicleta (para variar) yendo a Carragómara, sobresalía un planta que se veía desde lejos.
Consulté al todopoderoso espectro de Internet, que con una probabilidad del 50% (osea o cara o cruz), me confirmó que esa planta se llama "Manto de la novia" .
Investigando sobre la planta, descubrí que se llama en latín Gypsophila. Parece ser, que procede de Europa oriental o del Norte de África. Está claro que algún ave migratoria o de paso, dejo una semilla allí y creció. Que hermosa historia o cuento.
Si hay algún floricultor, que me corrija por favor si esa planta u otra no se llama así. Lo agradecería. De momento, nos quedaremos con el curisos nombre de "velo de la novia". Lo que sí es seguro, es que da un color fantástico al paisaje.
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