Son esos días de rutina, de esos que pasan desapercibidos, plácidos y sencillos.
Es un día cualquiera, da igual la estación, pero son los típicos de verano.
Día placentero, cuando se acerca ya el ocaso y vas caminando por el camino. Vas acompañado y teniendo una conversación tranquila, sin miedo a expresarte. Silencios que transmiten asentimientos.
Se oye hasta la naturaleza: una ligera brisa, el olor (sobre todo el olor) de paja, barro y polvo de camino que te envuelve.
Huele a campo, a flores silvestres por doquier, a tomillo, a romero...es impregante, agradable y gusta.
En el horizonte, el sol se va bajando, el cielo toma color rojizo, y las nubes se van acercando al sol. La temperatura va bajando lentamente, pero ya no importa.
Se escucha a lo lejos a los pajarillos que dicen que se van a dormir. Se palpa y se siente la calma. Nada importa.
Se puede haber visto miles de atardeceres. Sin embargo, este mágico momento te sigue embriagando y fascinando. Continuas andando, pero el destino no importa, lo importante es la compañía y el camino.
Hay gente que recorre miles de kilómetros para ver paisajes únicos y atardereces excepcionales.
No hace falta irse tan lejos; que se vengan a Almazul.
Al final, no era un día sin pena y sin gloria, quizás es que ya se estaba en la misma gloria.
Muy bonito y muy cierto
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